6.04.2006

Preludio

Terrible odisea la de pensar viviendo un noche vacía. El origen, el destino, el camino, todo es relativo y se amalgama en algunas palabras escritas en un orden particular. Así le pasaba a él, íntimo amigo del desvelo, que en horas de fantasía soñaba realidades. Sus amigos creyeron en él porque era la forma que encontraron para compensar sus olvidables vidas, y cuando murió el último de ellos ya nadie hubo que creyera en él, ni nadie que supiera de su existencia; nuestro navegante nunca encontró su norte, se dejaba llevar por las tormentas y así logró llegar, inalcanzable y siempre perdido, a sensibles momentos en que la vida se resume en una sonrisa o en una lágrima.
Hace algunos años, cuando él era más joven, todo era diferente. Vivía su vida como los demás jóvenes con quienes compartía el pasado. Probó el alcohol, conoció las drogas y sufrió el amor, sin excesos salvo en lo tercero. Ya de joven se hacía evidente que poseía un espíritu predispuesto al dolor. Fue en aquella época que comenzó su fuerte romance con la noche, cuando caía el velo oscuro él sentía surcar su dolor como la luna curca el cielo, como una inocente niña de ojos cándidos atravesando y perdiéndose entre las figuras sin rostro. Hay sombras que no desaparecen aunque el sol ilumine toda la vida. La noche le mostraba esa parte, y él se sentía cómodo en penumbras, en penumbras sus pensamientos y su vida.
El día se fue acortando, la luz fue esfumándose con el pasar de los años, ahora ya era viejo y la esperanza era una inútil palabra guardada en algún cajón olvidado. Se estaba muriendo, un tumor o un rencor –ya no recordaba bien- le estaba comiendo el cerebro. Él sabía que no valía nada, que nadie reclamaría su carne y sus huesos cuando ya no sean suyos. Pero miraba por la ventana esperando a alguien que nunca llegaría.
Los recuerdos le jugaban una mala pasada, se burlaban de su miseria. La única persona que él esperaba era una mujer que nunca llegaría porque estaba muerta. Entre todas recuerda sólo a una mujer. Tan solo ella logró por un momento hacerle olvidar que la vida era sólo el preludio de la muerte. Y ahora que el preludio llegaba a su fin la orquesta seguiría tocando, la noche seguirá ahí. Todo habría terminado, pero todo seguiría igual.
Cuando esa noche él comenzó a llorar supo que era el fin. Se sintió miserable, y su orgullo detuvo las lágrimas. El resto fue silencio. No se escucharon más palabras esa noche, y luego no hubo más dolor.